Cita con La Muerte

La Muerte se levantó temprano, preparó el té, y mientras lo revolvía repasaba la lista de nombres de los que se llevaría ese día. Al llegar a Sir Arthur su cucharilla se detuvo y dejó escapar un largo suspiro.

 

La 1ra vez fue una distracción de ella. Extendió su guadaña sobre la ruta, pero justo a Sir Arthur se le clavó el motor y el que venía detrás de él, al esquivarlo y pasarlo, ocupó su lugar sin merecerlo.

 

La 2da oportunidad ella lo venía persiguiendo por la ruta, y una fina lluvia de aceite del motor comenzó a taparle la vista, para terminar estrellada en una curva contra ese cartel de Geniol. 

 

- "...la tercera es la vencida..."

promesas son promesas...
promesas son promesas...

En ese preciso instante Sir Arthur sintió un escalofrío, acomodó su barba -que prometiera no cortarse hasta que ande bien la moto-, y perdiendo la mirada en el horizonte pensó:

Otra primavera, y van… Hace un lindo día, la temperatura es agradable, y no tengo obligaciones hasta la tarde. Creo que disfrutaré de un paseo en mi Royal Enfield.

 

La muerte se vistió pausadamente. Se puso su túnica veraniega, eligió un par de anillos con carabelas y seleccionó la guadaña con mango de madera, su preferida para estos días de sol.

 

Sir Arthur se vistió apresurado. Debería regular las válvulas antes del paseo ya que hacía unos días que estaban muy ruidosas. Se dirigió al establo y –con no poco trabajo debido a su dolor de espalda- movió la Royal hacia el viejo roble. Buscó las herramientas necesarias, sacó primero el tanque y luego la tapa de válvulas para proceder a la regulación de las mismas.

 

La muerte salió del hospital, tildó el tercer nombre de su lista, y esperó sentada el paso del colectivo, ya que su próxima víctima venía en él. Volvió a repasar la lista y al llegar a Sir Arthur movió lentamente la cabeza de un lado a otro.

Cansado y transpirado de tanto patear la moto para que arranque, Sir Arthur se sacó los guantes, el casco, la campera y procedió a verificar si la moto tenía nafta y chispa. Sacó nuevamente las herramientas de la cajuela y comenzó a regular los platinos con sus manos entumecidas por la artritis.

 

Sentada en la penúltima fila del bus doble piso, junto al difunto que parecía estar durmiendo, la muerte meditaba: “Espero que con la maldición vudú que le eché a Sir Arthur la última vez, ahora sí pueda atraparlo…”

 

Sir Arthur sonrió al sentir la brisa fresca que se colaba en su tupida barba. Las sombras de los abedules se estiraban sobre la calzada y -acelerando a fondo- el velocímetro marcaba 35 millas por hora. Nada más estimulante que un paseo en su querida Royal Enfield.

muñeco de Sir Arthur ...
muñeco de Sir Arthur ...

Aquella segunda vez que Sir Arthur lograse burlar a La Muerte, ésta había fabricado una pequeña motocicleta y su conductor en miga de pan, para echar sobre ella las más terribles maldiciones y clavar numerosos alfileres sobre la figura de Sir Arthur.

 

Era ya la hora de la cita con la muerte, y Sir Arthur intentaba estirar la cadena primaria de su Royal al costado de la banquina, lamentando no poder identificar claramente el eslabón de unión dada su incipiente presbicia.

caminó hasta el bosquecito...
caminó hasta el bosquecito...

La muerte miró impaciente su reloj. Sir Arthur llevaba ya una hora y media de atraso, lo que le complicaría el resto del día. Volvió a asomarse sobre la ruta para ver si este venía y tomó una decisión. Caminó hasta el bosquecito cercano en busca de plantas de ortiga, y sacando la figura de miga de pan de entre sus ropas, procedió a deshacer la maldición.

pasó Sir Arthur y La Parca lo persiguió
pasó Sir Arthur y La Parca lo persiguió

En ese preciso instante la Royal de Sir Arthur aceleraba a escasas yardas de allí. Nunca, ni de nueva, la moto había respondido tan bien al abrir del mando de gases. Inclusive habían desaparecido los dolores que acosaban a Sir Arthur, y este riendo al sentirse repentinamente aliviado, aceleró aún más para pasar a más de 115 millas por hora muy, muy cerca de La Muerte, quien no llegó a tocarlo.

 

Enojada, la Parca montó en cólera y comenzó la persecución totalmente fuera de sí, con tanta mala suerte que al querer cortar camino y esperar a Sir Arthur del otro lado del túnel …. Chocó contra un camión lleno de abono animal, yendo a parar a la mismísima mierda contra el guardarrail. Desde allí despatarrada, llorando por la impotencia, vio pasar a su victima feliz e iluminada en su veloz motocicleta…

 

El cielo se oscureció abruptamente, la figura de la muerte se engrandeció y levitó hasta convertirse en una negra nube que volvió noche el día, y desde sus más profundas entrañas la muerte sentenció:

te maldigo nuevamente...
te maldigo nuevamente...

Te maldigo nuevamente Sir Arthur, a ti y a tu veloz motocicleta: que se te afloje el magneto, que se te estire la cadena, que el carburador se inunde, que el tanque te pierda nafta, que no consigas cubiertas, que te patine el embrague, y que.. y que.... que nunca más puedas acelerar estrepitosamente, ni vos, ni tu moto, ni cualquier otra puta moto inglesa que puedas querer manejar.

 

Dicen que esa es la causa por la cual ningún miembro de La Sociedad de los Motores Muertos logra llegar a destino sin sufrir algún tipo de avería, y al estar en la banquina siente pasar lentamente la figura inmortal de Sir Arthur Mac Dowell.

 

Olegario