Crisis económica del 2002

No todo son pálidas en el corralito.

Encontré 50 pesos. Cuando los vi, sin dudar un instante me zambullí encima de ellos, y no es solo una expresión, quedé acostado sobre ellos en la vereda, entre miradas de transeúntes que de haberlo visto antes que yo, hubiesen hecho lo mismo.

 

Cuidadosamente, lentamente, apenas levantando la panza, acerqué la mano hasta poder hacerlos un bollo y finalmente me levante. Al hacerlo me pude percatar que a la altura de la ingle tenía un sorete de perro. Si pisar mierda trae buena suerte, acostarse encima de ella me trajo aún más.

 

Entré en el baño de un bar y, una vez escondidos los 50 pesos en la parte más oscura de mi ser por temor a ser asaltado, pude iniciar el retorno al hogar, pensando en que los iba a utilizar. Ahhh, 50 pesos, ahhh, que placer... todavía no podía creerlo, y de vez en cuando me rascaba el culo para asegurarme que siguiesen allí.

Comencé a soñar. Tantas cosas podría hacer. Arreglar el dínamo de la moto, ponerle chapas al tallercito, comprar herramientas... ¡oh!, tantas cosas cruzaban por mi mente, todas referidas al placer egoísta. Luego los pensamientos responsables se presentaron unos tras otros: comprar comida para tener encanutada, útiles escolares, pagar el impuesto atrasado, o estupideces por el estilo. Comencé a debatirme entre utilizar ese dinero en cuestiones meramente personales que me harían sentir de maravilla, o cumplir con los mandamientos moralistas socialmente aceptados. ¡Que duda! El amperímetro nuevo para mi moto, o comprar fideos para unos meses. Salir de parranda con los muchachos o comprar ropa para las nenas. ¡Oh, maldito Satanás que te presentas de esta manera! Al llegar al parque Independencia, camino al hogar, me senté a meditar mientras miraba como la gente cazaba patos en el laguito. Los mendigos se acercaban a mí, pero antes de llegar a abrir la mano en posición de pedir una limosna, salían disparados al sentir el olor a mierda que me acompañaba. Decididamente me trajo buena suerte.

Tras unos minutos, conseguí poner la mente en blanco, y así en ese estado de nirvana, llegué a la decisión acertada. Debía compartir este hallazgo con los míos. Nos iríamos de vacaciones. ¡Eso es!


“Familia: preparen las mallas, nos vamos de vacaciones !”.


Tras contarles lo acontecido y cambiar mis pantalones, tuve una breve charla con la patrona. Comenzó a hacerse las preguntas que yo ya me había hecho. Tal vez el timbre de mi voz, pausada, mi seguridad en la mirada, mis palabras certeras, o simplemente el hecho de que yo tenía el dinero bien encanutado en un lugar inaccesible, la convencieron. En 5 minutos teníamos las mochilas con las mallas listas. Cerramos la casa con mucha cautela, sacamos las bicicletas a la vereda, subimos la niñas a las sillitas y partimos a la casa del intendente.

Todavía era temprano, así que tomé por el camino largo. Sabía que a esta hora aún estaba la gente del turno tarde, y el cambio de guardia para arrojar piedras a la casa del intendente sería recién en media hora. En sus comienzos, cuando se arrojaban huevos y tomates, yo había participado en uno de estos grupos. Era en el turno noche, desde las 22 a las 03 del otro día, hasta que llegaba el relevo y podía ir a dormirme a casa. Al principio fue difícil, los guardias del intendente eran como perros Doberman, pero poco a poco la situación fue cambiando. Comenzaron a pedirnos que arrojemos algún otro tipo de verduras, que con esos no les alcanzaba. Finalmente, cuando en vez de comida se empezaron a arrojar piedras, los guardias se dedicaron a cuidar los autos de la cuadra, a lavar los vidrios en la esquina y a alcanzarnos las piedras del otro lado del cerco cuando se terminaban, a cambio de unas monedas.

Llegamos justo para el cambio de guardia. El intendente y su familia habían salido al frente, y juntaban las piedras en bolsas plásticas. Luego, desde atrás de la reja, las ofrecían al grupo entrante a $1 la bolsita. No era tan caro, después de todo. En los grupos se conservaban uno o dos cabecillas, el resto iba rotando, ya sea por el costo de la bolsita de piedras o tal vez porque una vez descargada la ira, muchos volvían al hogar satisfechos por un largo tiempo. Con mucha cautela, para no ser escuchado por el resto de los compatriotas, llamé al doctor a un lado y tras explicarle de los 50 pesos que disponía le propuse el trato: 5 días de vacaciones en su casa, con piscina, jardín de invierno, comida e hidromasaje a cambio del billete. Me traspasó con la mirada, luego miró a mi familia, se rascó la barbilla...

- Tres días, ni uno más  - dijo el intendente-.
- Cinco!
- Es que la tengo comprometida para la concentración de un equipo de fútbol...
- ..mmmm...  ¿hay asado?
- No, lo siento.
- ¿Vino tinto?
- Podría ser...
- ¿Milanesas con fritas?
- Espere que consulte con mi señora.

La señora dio el OK, así que pasamos antes que comience la nueva lluvia de piedras. Tras mostrarme las instalaciones de la casa, me mostró el cuartucho donde él, su señora, sus 3 hijos y los 2 perros pasarían los próximos días. Antes de cerrar el trato tuve que pasar al baño, conseguir sacar los 50 pesos que el intendente debió lavar con posterioridad, dando comienzo así las que recuerdo como una de mis mejores vacaciones en familia.

Por la mañana el mismísimo intendente me servía el desayuno en su cama, antes de irse a la municipalidad. El perro me alcanzaba el diario y las pantuflas. Sus hijos iban a la escuela por la mañana, mientras su señora cambiaba nuestras sabanas y preparaba la comida. La pileta estaba a disposición las 24 horas del día, al igual que el televisor de chiquicientas pulgadas del living. A la tarde los chicos del intendente entretenían a nuestras hijas en el cuarto de juegos para poder dormir tranquilos la siesta. Hubo puchero, fideos, la ansiada milanesa con papas, y hasta una cajita de tetra-brik tinto de la bodega personal, a cambio de la promesa de volver allí el próximo año. Inclusive tuve el ofrecimiento del intendente de pasar una tarde con su masajista personal, morocha infartante de 25 años, a cambio de unos pocos pesos más, ofrecimiento que tuve que rechazar por falta de divisas y no por presencia de moral. La única molestia en esos 3 maravillosos días fue el ruido de las piedras que golpeaban el frente de la casa, pero con un poco de imaginación parecía que estaba lloviendo fuerte. Negros de mierda, hay que matarlos a todos.

 

Así que ya sabes, si uno de estos días dispones de unos pesos extras, te recomiendo este excelente sitio donde serán atendidos como dioses.

Olegario